sábado, 13 de diciembre de 2008


Último día en Berlín. El día es una carrera de postas. Limpiar la casa. Sacar las valijas. Mandarle a mi hermana una caja con el velador verde y el banquito ídem. No olvidar las antiparras naranjas. Mandarle a Helga el cuestionario del DAAD. Despedirme de P. Tomar mate con A. & A. Imprimir un par de fotos en DM. Poner en la billetera plata argentina. Poner en la cartera las llaves de mi casa en Buenos Aires. Irme. Antes, entre una cosa y otra, saldar deudas pendientes. Al menos una. Tomarme el último milchkaffee en el cafecito de Grunewald Strasse por el que siempre pasaba, prometiéndome -alguna vez- entrar. Entro. Es el cafecito más lindo. Es italiano. Con la chica que lo atiende dejamos de lado el alemán. Las tazas no pueden ser más hermosas. Me como una luna di mandorle que no esperaba encontrar ahí. Me pregunto por qué esperé tanto tiempo para descubrir este lugar. Me pregunto por qué uno siempre descubre, el último día, cosas maravillosas. Me contesto que debe ser que son maravillosas porque ya son inaccesibles. Ya no volveré a tomar milchkaffee en ese local. Me digo que está bien que Berlín me despida de esta manera. En una pared, una frase de Totò dice algo sobre el hambre, el comer y el estar en ayunas. Una frase memorable que no logro recordar. Está bien irse de Berlín con una incógnita.

viernes, 12 de diciembre de 2008


¿Cómo se hace para meter seis meses en dos valijas?

jueves, 11 de diciembre de 2008

Leía el otro día, en un diario argentino, una nota sobre "monumentos invisibles" acá en Alemania. Uno está (¿estaba?) en Hamburg. Es -o era- un pilar de 12m, revestido con una lámina de plomo. En la lámina, la gente había tallado frases contra la guerra (y sus formas). El pilar tenía un mecanismo: se enterraba poco a poco: dos metros por año. Según entendí, el pilar ya no existe.

Otro de los monumentos está en Sarrebruck. O eso dicen: en una calle principal, se extrajeron del empedrado 2146 piedras y se grabó, en cada una, el nombre de uno de los tantos cementerios que había, antes de 1939, en Alemania. Luego se volvieron a su lugar. Pero boca abajo. El monumento, entonces, no se ve.

La apuesta el alta: que la memoria no esté en la cosa, sino en su relato. La memoria hay que decirla. Imposible no pensar en Berlín, ese monumento a cielo abierto. Empedrados diferenciales, placas, fotos, muros (coloridos o asépticos), cubos de cemento, explicaciones, carteles. La cosa está ahí, tan ahí, tan contundente, que la mirada se desliza y banaliza lo que ve. Me llevo de Berlín, en estos meses, la sensación de que el Muro es más presente allí donde ya no está. Pero donde todavía se ve.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Scrive Baricco: accadono cose che sono come domande. passa un minuto, oppure anni, e poi la vita risponde. Ieri avevo fatto mille domande. Sono in attesa delle risposte.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Hace poco caminaba por Nikolaiviertel. Había ido a ver el museo de Zille. Salí al caer la tarde, con la última luz. Hice unos pasos hacia adelante, hacia el Spree. Antes, entre el agua y yo, estaba San Jorge. Mataba al dragón. Me gustó que estuviera ahí, en ese lugar, en esa hora, en ese día. Que mis enemigos, si tienen ojos que no me vean, si tienen oidos que no me sientan, si tienen boca que no me difamen, si tienen manos que no me agarren, si tienen pies que no puedan caminar y que todo el mal que me deseen se les de vuelta para ellos. San Jorge es un santo que no se rechaza. A uno le sale al encuentro, y uno lo acepta. Me pregunto qué significará esto.

miércoles, 3 de diciembre de 2008



Siempre que viajo escribo. Me refiero a un diario de viaje. Esta vez quise que fuera distinto. Entonces recorté y pegué. Empecé con una lapicera azul, la tijera de mi victorinox y una plasticola. Después fui incrementando mis insumos. Añadí celoplín (así se le dice, en la zona de influencia, a la cinta scotch), dos microfibras indelebles (una negra, la otra roja) y una tijera de plástico. Pasó, de ser una libreta blanca de tapas negras, a un acordeón imposible de cerrar. Si hay un lugar de Berlín que haya sido mi casa, tiene que ser éste.

martes, 2 de diciembre de 2008













postales de berlín, a días del regreso

viernes, 28 de noviembre de 2008

Cualquiera que haya viajado lo sabe: para volver hay que dejar algo inconcluso.
Dejo, sin ver, en Berlín, la última temporada de Friends.
¿Calificará esto como causal de regreso?

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Hace ya varios días que leí, en el diario, una reseña de un libro de Magnus. Decía, la reseña, que el libro hablaba de Berlín. El libro se llama Muñecas. Supe inmediatamente que tenía que leerlo. Hoy finalmente lo conseguí. Lo abrí. Dice la dedicatoria: Para M., porque sin ella yo desesperaría. Los libros me hablan mucho, últimamente.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Habrá muchas cosas que extrañar cuando me vaya. El periódico barrial de cada sábado. La mayonesa de remoulade. Los panes. Las tazas del café con leche. El schokocroissant que iba con el mate. El olor de la casa de A&A. Los mensajes al celular, cuando eran en inglés. Las compras baratas y compulsivas. Tamino pidiendo caramelos. Los capítulos de Friends, en compañía. Las noches de bares. Mis modelitos berlineses. El rojo de la ciudad en este otoño. Haber sido Darth Vader. Combinar con la U1 en Kottbusser Tor. Las tortas del Hotel California. Mi cocina. Mis cactus. Mis ventanas. La cuadra nocturna que me traía del Edeka. El verano, a orillas del río en Kreuzberg. La lluvia de las seis de la tarde. Cualquier lluvia en cualquier calle. Voy a extrañar Berlín bajo la lluvia.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ayer hice un enorme descubrimiento. Rectifico: lo hicieron por mí. Caminaba por el barrio que me tocó en suerte (este calificativo es ciertamente irónico). Caminaba con una amiga argentina. Era el otoño en Wilmersdorf. Era de día. Hojas secas y mojadas en la vereda. Un par de autos. Menos gente. Un Kaisers en una esquina. Luego, casas residenciales. Intentaba transmitirle, a mi amiga argentina, la sensación de vivir ahí. La captó enseguida. Le dio un nombre: silencio. Absoluto silencio en la calle. No hay personas que hablen. Ni autos que toquen bocina. Ni pasen con la música en alto. Ni siquiera los supermercados tienen música ambiente. Nada. Completo silencio. Juro que no me había dado cuenta. Digo: no de esa manera tan profunda y tan explicativa. Entonces pensé en Neukölln, el barrio turco donde vivía. Y de golpe vi el silencio que ya no veía. Es pavorosamente asombroso cómo puede uno dejar de notar ciertas cosas.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Ya me lo había dicho mi profesor de alemán. Que también era profesor de historia. Que los nórdicos suelen usar, para sus insultos, referencias escatológicas. Que los latinos, en cambio, apelamos más a la sexualidad (a la genitalidad, si se quiere). Supongo que algo tendrá que ver, en esto, la diferencia entre el protestantismo y el cristianismo (me pasa muy seguido, en esta ciudad, de recordar a Weber). La cosa es que no sólo lo escatológico pica en punta. En materia de insultos, parece que el mundo animal también viene en alza. Dumme Kuh es algo feo de decirle a una mujer cuando realiza alguna tontería. Significa "vaca tonta". En el paradigma putativo alemán, siendo la vaca un animal tonto, ser una vaca tonta es la peor de las redundancias. Al hombre tonto también le toca lo suyo. Es un Hornochse. Un estúpido, claro, pero de marca animal. O sea: un buey. O sea: algo que ya no tiene huevos. O sea: casi una vaca (¿algo así como un toro gay?). En fin. La cosa es que me dicen, los que saben, que decirle a alguien Dumme Kuh es decirle algo fuerte. Desde el fondo de mi latinidad y mi sustrato cultural de cristianismo, no puedo evitar sonreirme. Los alemanes siguen dándome, en ciertos casos, mucha ternura.

domingo, 2 de noviembre de 2008


el mejor milchkaffee que tomé hasta ahora. en el bar del ancla y los pescaditos en las paredes. donde un cartel atrás de la barra señala que los "unattended children will be sold as slaves" (niños no atendidos serán vendidos como esclavos).

sábado, 1 de noviembre de 2008


Mucho se dice sobre la seguridad en Berlín. Se dice que uno puede caminar tranquilo, de noche, por la calle. Se dice que uno puede llevar el bolso abierto colgado al hombro e ir papando moscas. Se dice que uno puede andar en U-Bahn a las 4 de la mañana, sin riesgo alguno. Se dice, en fin, que acá no pasa nada. Denuncio, sin embargo, que esto no es cierto. Días atrás, en este abúlico barrio de viudas en que vivo, a plenas e inocentes horas de la tarde, bajo la todavía existente luz del día, tiraron un huevazo en mi ventana. Temo un ataque racista.

domingo, 26 de octubre de 2008


Volví a Mauerpark. Compré, entre otras cosas, un globo terráqueo. Fue al principio del paseo. Eso quiere decir que anduve, con él acunado en brazos, el resto de la tarde. Causó sensación. Todo ser humano que pasaba me miraba. Corrijo: miraba el globo. Y sonreía. Otros dejaban escuchar, a su paso, sus comentarios apreciativos. Dos franceses quisieron comprármelo al doble de lo que había pagado, al enterarse de que era el único del mercado. Y de que era mío. Un señor en bicicleta, ya caminando por la calle, se paró a expresarme sus elogios. No sabía que los globos terráqueos causaran tanto revuelo. Extraña sensación la de tener el mundo a mis pies.



Más tazas y cafeces berlineses

martes, 21 de octubre de 2008

Me acuerdo el día. Preparaba el almuerzo. De fondo sonaba el noticiero de Telefé. Pasaban unas imágenes de un recital de Mercedes Sosa. Cantaba una zamba que nunca antes había escuchado. No sé para que volviste/si te empezaba a olvidar/no sé si ya lo sabrás/lloré cuando vos te fuiste/no sé para qué volviste/qué mal me hace recordar/La tarde se ha puesto triste/y yo prefiero callar/para qué vamos a hablar/de cosas que ya no existen/no sé para qué volviste/ya ves es mejor no hablar. No digo nada desconocido si digo que hay canciones que te explican. Esa canción, en esa voz, me explicaba muchas cosas. La busqué en el e-mule. No la encontré cantada por ella. La versión que tengo en mi mp3 la cantan Los Visconti. Me acompañó por muchas calles y muchos viajes en el 55. Estuvo ahí mientras miraba el Cristo, tirada en la arena de Niterói. Estuvo también acá, mientras esperaba, sentada en un banco, el S-Bahn en Yorkstrasse. Siempre, a cada momento, me explicó algo. El lunes estuve sentada en la Philarmonie. Entró ella. Digo: Mercedes Sosa. La tercera canción fue esa (el tres siempre me pareció un número mágico). Qué pena me da/saber que al final/de este amor ya no queda nada/sólo una pobre canción/da vueltas por mi guitarra/y hace rato que te extraña/mi zamba para olvidar. De las muchas veces que escuché, en vivo, a Mercedes Sosa, nunca pude escucharle esta canción. Voy a decir algo que diría Borges: si para poder escuchar esta zamba, en esta voz, tuve que venir acá, Berlín se justifica.

viernes, 10 de octubre de 2008

Hace tiempo que quiero leer un libro de Kohan. Se llama La pérdida de Laura. En las librerías de Buenos Aires no lo encontraba. No me acuerdo si lo busqué en las bibliotecas. Lo que sí recuerdo es la sensación de no encontrarlo. Se transformó en uno de esos libros fetiche donde de seguro se compendia la sabiduría del universo. O al menos la respuesta que buscamos. Hoy lo encontré en el Instituto Iberoamericano. Las tapas son azules. Lo abrí. En la tercera página decía: Para M. Ahí, en la tercera página de ese libro que buscaba, de ese libro que hoy encontré, estaba mi nombre. ¿Será que él también me estaba buscando?

miércoles, 8 de octubre de 2008

Anoche miraba tele. Dr. House. En el corte, anuncian un nuevo programa de entretenimientos. En casa lo conduce Marley y, creo, se llama El Muro. Acá no. Acá se va a llamar La Pared. Es obvio que de la otra forma jamás podría llamarse.

El año que viene se cumplen 20 años de la caída del muro. Los alemenes, con la prolijidad rigurosa que los caracteriza, empiezan ya con los preparativos. Entre ellos, la restauración de East Side Gallery: las pinturas de distintos artistas sobre el trecho más largo de muro que se conseva. Las pinturas originales casi ni se ven. Hay partes que están descascaradas. Las pintadas, las firmas, los intentos de llevarse un cachito de muro de recuerdo, están por todos lados. La discusión es añeja: qué tiene que ser el arte, qué tiene que ser la historia, de qué se supone que está hecha la memoria. A mí me gusta descubrir graffitis nuevos sobre el muro. Ver qué pintadas fueron tapadas por otras pintadas. Dentro de unos días, mucho de lo que yo vi en el muro ya no va a estar. Un poco me da lástima.

martes, 7 de octubre de 2008

Uno hereda lugares. Y las cosas que vienen con ellos. Son como regalos. Alguien te regala, de la ciudad, su manera de vivirla. Sitios que pasan a ser tuyos. Sitios en que, aun siendo tuyos, siguen estando ellos. De A. heredé el café más lindo de Berlín, con sillones y desayunos con nombres de cuentos. Heredé el calor de la U7, Rudow-Rathaus Spandau. Heredé un restaurant indio y un bar con las mejores hamburguesas. Heredé Neukölln y la fascinación de comprar cositas chiquitas en Rossmann. J. me regaló las calles del este, por la noche, y las estaciones de metro, vistas desde afuera. Kreuzberg lo heredé de P. Heredé de él, también, Görlitzer Bahnhof: sus bares, su calle, su parque, sus andenes. Heredé una ruta que va de Hackesher Markt a Unter den Linden. Heredé un restaurancito ruso y una sopa de zapallo. E. me regaló Schöneberg. Un lugar para comer comida vietnamita; otro lugar para comer comida griega. Me regaló historias del muro y una nueva (y mejor) forma de mirar Berlín. Uno hereda lugares. Después los acomoda. En mi mapa de Berlín, Kottbusser Tor está en el centro de todo, las puertas mugrosas de Karstadt están la lado de la torre de televisión y Cookies está en la esquina del Café Marx. Los mapas no dirían lo mismo. Pero todo mapa es emotivo, y uno ordena el suyo como quiere. ¿Será que cuando uno ordena su mapa, empieza a despedirse?

lunes, 6 de octubre de 2008



Tomar café con leche se ha vuelto un vicio berlinés. Básicamente porque las tazas son enormes, hermosas y coloridas. Es una buena razón para tomar café con leche. Y cada bar tiene su propio estilo. Es una buena razón para conocer bares.

sábado, 4 de octubre de 2008



volví a berlín. eso implica que me fui. me recibió con hojas rojas y un arco iris en bernauerstrasse. me recibió también con otras cosas. todas lindas. tal vez no sea casual que no pare de cantar, desde el regreso, dame/sencillamente/lo que más te guste/y nada más. berlín puede ser muy generosa, si uno no pide lo imposible. esta vez fue (casi casi) como volver a casa.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Anoche volvía a casa pasada la medianoche. Ya dije que mi barrio es desierto de día. Imaginen entonces a esa hora. De la estación a mi casa tomo un atajo. El atajo, por serlo, es doblemente desierto. Intento decir que ese camino, a esa hora, es desierto al cubo. Pero anoche algo pasaba. Hice casi todo el trayecto con un chico con guitarra. Caminabamos los dos separados por escasos pasos. Y entonces, en una esquina, nos cruzó una bicicleta con dos pasajeros. Eso, en Berlín, no es usual. Me refiero a dos personas en una sola bicicleta. Pero también me refiero al encuentro de cuatro personas, a las doce y pico de la noche, en la intersección de Bambergerstrasse y Güntzelstrasse. A veces pasan cosas raras en Berlín.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

En mi compleja relación con las urbes de mundo, hay ciudades que amo porque me encantan. Como Roma. O ciudades que amo porque, aunque no me encanten, fueron parte mía. Como Venecia. Hay ciudades que odio: Palma y Barcelona. Hay ciudades que me resultan feas. Como París o como Rio o como Mar del Plata. Con Berlín es otra cosa. Amo Berlín tanto como la odio. Eso, a esta altura, ya está claro.
La amo cuando se disfraza de restaurante griego, con dueño llamado Aristóteles. Cuando te regala las aceitunas más grandes y verdes y sabrosas (y no me gustan las aceitunas). Cuando te hace sentir a mitad de camino entre la mitología y el vampirismo, probando un tinto de Nemea que se conoce como "la sangre de Hércules". Cuando hace aparecer a Kyriakos, que te explica cómo se dice "yo soy" en griego antiguo y en griego moderno. Cuando te convida con ouzo y tsipouro y uno entiende por qué hace tanto que le gusta el anís. Cuando Berlín te convida con Grecia es fácil amarla.





vidrieras de mi barrio

Los alemanes tienen una palabra: "hasseliebe" (amor-odio). Hacen bien en tenerla, pues -me dijeron- la usan mucho para referirse a Berlín. Que la palabra me preexista me confirma. No sólo en mis percepciones. También en su justicia. Me queda la sensación de una palabra que me estaba esperando.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Imaginen la siguiente escena. Chica sale con chico. Chica le cuenta a la amiga. La amiga, entonces, pregunta: "¿quién pagó?". Los tragos, la birra, el choripán, lo que sea. La pregunta es pertinente; su respuesta dice mucho. Sobre esa respuesta se montan delicadas ingenierías de hipótesis y estrategias. Saber quién pagó no es un dato menor.
Acá eso no existe. Jamás a una Helga se le ocurrirá preguntarle a una Anja si Otto invitó la Bionade. Jamás de los jamases. La pregunta no existe, porque no existe la posibilidad. Que ni una ni otra existan es triste. Hay un universo de confirmaciones y suposiciones que se pierde. Hay un dato decisivo que ni Helga ni Anja jamás manejarán. Tendrán otros, me supongo (espero), pero no ese.
Porque acá el mozo, cuando viene a la mesa y trae la cuenta, lanza la pregunta de rigor: "zusammen oder getrennt?" (junta o por separado). La respuesta, en Berlín, siempre es la misma: getrennt. Entre amigos, colegas, compañeros, conocidos o algo-más-para-ser. Siempre getrennt. La persona preguntada ni se mosquea. Ni hace amago de duda o de consulta. Ni se da cuenta de su malaeducación. Ni remotamente percibe el delicado equilibrio que acaba de romper con su respuesta (Porque no se trata de ir mitad y mitad; se trata de que cada uno pague exactamente lo que consumió).
Y no jodamos. Nadie (me refiero mí, como Ulises) quiere que le paguen la cerveza. La cuenta separada está bien. No es el hecho: es la intención. El gesto de amabilidad y de cariño que significa invitar a alguien. O de hacer el intento de invitar. Mejor dicho: de tener conciencia de la posibilidad de invitar.
Ayer, mientras Otto pagaba su parte, añoré como nunca invitar a la señorita Floripondia al cine, invitar a A&M a La Maroma, ser invitada por el amigo N. con comida japonesa, ser invitada por P. en las antiguas mesas de Malasartes. Añoré lo que eso significa. Lo mucho que eso significa. Mi hermana diría que los berlineses son unos rancios. Yo diría que también. Y añadiría: no me extraña que, tanto en los bares como en la vida, la opción de "zusammen" les resulte -casi- desconocida.

domingo, 14 de septiembre de 2008


Ayer encontré en mi correo el "Berliner Abendblatt am Wochenende" (algo así como "La página berlinesa, el fin de semana"). Un periódico barrial de unas paginitas. Me divertí pasando las hojas y tratando de leer las noticias. Mi dominio del alemán deja más a la interpretación libre que a la lectura literal. En la página 8 me encontré con avisos que son universales: "Von Herz zu Herz" (de corazón a corazón). La paciencia sólo me duró para los avisos de "ella busca a él". El comienzo del aviso de Jutta es para tirar balcones:

¿Por qué yo, Jutta, 51/162, cálida, mujer, debo estar tan sola? ... ¿Es que ya no hay más hombres amantes, que también estén sentados en sus casas, sin sus almas gemelas..? Estoy desesperada. Y una vez puse un aviso y nadie lo contestó...


Alguien, por favor, ¿le contesta a Jutta?

jueves, 11 de septiembre de 2008

La señorita está congestionada. Afuera Berlín regala un día de soleado veranito. La señorita tiene mucho que hacer. Puede, por ejemplo, ir a la Biblioteca. Puede terminar de corregir un artículo que tiene que mandar. Puede pasar ciertas notas de campo. Puede leer un par de papers que tiene -visibles- en el escritorio. Puede empezar, continuar y terminar un par de libros. Pero no. ¿Qué hace la señorita? La señorita agarra y se va a Ku´damm. A la calle de las tiendas. Entra en la primera y ya es el acabóse. Ve un tapadito divino, amarronado, de corte divino, que le queda pintado. El tapadito, por supuesto, no está en oferta. La señorita lo mira y se resiste. Es bastante plata. Corrige: no es bastante plata para un tapadito, aun con las conversiones pertinentes resulta barato. Pero sigue siendo un número importante. La señorita duda. Aquí entre nos, la señorita no duda: trata de convencerse. Para qué quiere ella un tapadito, si ya tiene uno, se dice. Y después es un peso más en la valija de regreso, se dice también. Pero el tapadito le queda realmente divino. Y entonces, por suerte, la voz de su madre le habla en su cabeza (los expertos le llaman a eso socialización). Le dice: es buen corte, es clásico, te va a quedar para siempre, ya no tenés quince años, este tapado te sirve para toda la vida. Lo mismo, lo mismo que le dijo cuando no se decidía a comprarse el piloto gris hermoso de Ayres. Con las madres es inutil discutir, la señorita ya lo sabe. Así que, obediente, va y se compra el tapadito. Claro, también va y compra un pantaloncito para su sobrino (a eso los expertos le llaman lavar culpas). La señorita está completamente descarriada. Eso sí: el tapadito le queda divino. Doy fe.

miércoles, 10 de septiembre de 2008


Vivo en Wilmersdorf. Es un barrio residencial. Creo que tiene la población más grande de viejitas paseando perros. La gente en la calle no se caracteriza por ser multitudinaria. Más bien todo lo contrario. Cuando la calle donde vivo llega a cuatro personas (yo incluida), lo considero un acontecimiento. Hay casas hermosas. Bicicletas amarradas a las verjas. Mucho verde. Una plaza con juegos en la esquina. Creo que en este barrio deben vivir sólo personas de comerciales. Rubios, bonitos, felices y con perro. Hay también, en Wilmersdorf, una plaza. Tiene una estutua de león, una fuente y muchos bancos. Se llama Bayerischer Platz. A su alrededor, y en sus calles aledañas, hay un montón de carteles colgando del aire. Hay que levantar la vista para verlos. No están más que en este barrio. Me dijeron que porque acá era muy importante la población judía. Son carteles que reproducen los que empezaron a haber, antes de los campos. Muestran la gradualidad de la limitación cotidiana. El primero que ví dice: "los judíos deben, en Bayerischer Platz, utilizar sólo los bancos marcados de amarillo".
Ayer cené con E. Viene de Bavaria, pero hace como 20 años que vive en Berlín. Le pregunté por la vida durante el muro. Ella estuvo siempre en la parte oeste. Cuenta que había unas líneas de U-Bahn que salían del oeste y terminaban en el oeste, pero pasaban por la DDR. Pasaban por dos o tres estaciones. Estaciones donde nadie podía subir ni bajar. Estaciones con soldados, rifles y una enceguecedora luz de neón. Estaciones que todos cruzaban cotidianamente, mientras leían sus periódicos.
Cuenta que al muro todavía lo tiene en la cabeza. Que todavía le pasa de ir por la ciudad, en bicicleta, y seguir viendo la ciudad como era entonces. De recorrer algunas calles y ver, todavía, el recorrido del muro. De verlo porque para ella (para muchos) todavía está ahí. Son más años con muro que sin él.
Cuenta también dos historias de la noche de su caída. Son historias que no hablan del muro, sino de los alemanes. La primera, la de una amiga de ella que vivía junto al muro, del lado este, y que ve, esa noche de septiembre, oleadas de personas acercarse. Cuenta que la amiga dice que pensó en llamarla. Pero que no lo hizo porque eran las 11 de la noche y no quería molestarla. Cuenta también otra historia, la de un hombre que, también esa noche, ve por televisión la noticia de la caída. Vive en el este, pero no sale a cruzar la frontera. Razona que es de noche, que debe esperar a la mañana siguiente para que abran las oficinas de paso pertinentes.
Un poeta ya lo dijo mejor: "die deutsche Revolution stoppt vom Ampelmann" (la revolución alemana se detiene ante el semáforo). Estoy cada vez más convencida de que es así.

domingo, 7 de septiembre de 2008


Domingo. Otra vez. Me levanto, desayuno y salgo. Antes, me pongo mis zapatitos de vaquita de San Antonio en blanco y negro. Mis hebillitas haciendo juego de Bijou Brigitte. Y mi vestido nuevo de H&M, que parece el uniforme de una obrera fabril o el de una enfermera a medio luto (digo, es gris). Me siento una chica pre-muro. Después me voy al mercado de pulgas de Fehrbellinerplatz. Me compro una vieja edición del Struwweltpeter, un famoso libro para chicos del 1800. Famoso por su crueldad. Me como una de esas salchicas largas en panes cortos, con algo que prometía ser ketchup y se revela dulce. Me tomo el U-Bahn. Me bajo en Bernauerstrasse. La calle que solía oscilar, de vereda a vereda, entre el este y el oeste. Miro viejas fotos del barrio. Me maravillo ante un pedazo de muro limpio y gris. Me dejo caer en el rol de turista: consumo. Postales, fotos antiguas, libros. Camino hasta el S-Bahn. Unter den Linden. Entro a una librería-negocio de souvenirs de Berlín. Sigo consumiendo. Consigo el Struwwelthitler, una obvia parodia. Camino hasta Friedrichstrasse. Por suerte Butlers está cerrado. Mi economía no peligra. Me compro un schokocroissant en el camino y me voy a casa a tomar mate. Son casi las seis de la tarde. Otro domingo superado.

sábado, 6 de septiembre de 2008

La cosa es así. El curso de alemán en el que me había anotado ya no tenía vacantes. Ellos tardaron en contestar mis dudas, yo entonces tardé en anotarme. Me dijeron de hablar con una argentina dentro de ese centro, para ver si se podía hacer algo. Voy, hablo. La argentina enseguida se abocó a la tarea de intentar solucionarme el problema. Casi como si fuera una cuestión de índole patriótica. Tal vez lo haya sido. Intercepta a una de las profesoras -alemana- en el pasillo. La alemana 1 es amable y sonríe. Le dice que justo ese día, dentro de unos minutos, se hace la repartija de alumnos en el hall del edificio. Que iba a estar la coordinadora, que hablaramos con ella, a ver si había una vacante. La famosa forma argentina de decir "a ver si algo se podía hacer". Vamos. La argentina, la alemana 1 y yo. Las dos primeras hablan con la coordinadora, la alemana 2. Ésta es enorme, maciza y no se ríe. Escucha lo que le dicen porque debe estar dentro de la cortesía alemana no dar vuelta la cabeza. Dice que espere 10m. La argentina se va y me deja a cargo de la alemana 1. Empiezan a repartirse los alumnos. La alemana 1 me dice que lamentablemente ella está a cargo de un nivel más alto del que yo necesito. Que si no...Me repite que espere a lo que la alemana 2 va a decidir en 10m. Los alumnos (me impresiona la cantidad de asiáticos) empiezan a irse, cual rebaño, detrás del profesor que les toca en suerte. La alemana 1 termina yéndose también, con el suyo. Pasa el tiempo. El hall queda casi vacío. La alemana 2 sigue ahí, atendiendo algunas cuestiones. Sé que sabe que yo la espero. Ni mu. Entiendo que es la manera alemana de decirme "no way". Enfilo hacia la oficina de la argentina, para agradecerle la amabilidad y despedirme. Le digo, con toda la diplomacia de la que soy capaz, que no, que la coordinadora estaba ocupada, que entiendo que no había vacantes. La argentina me dice que ya va a hablar ella con la coordinadora. En eso pasa. Pasa que la alemana 2 viene caminando por el pasillo, seguida por un alumno con problema a resolver. Es obvio que la alemana 2 no quiere ser molestada. Es obvio que el pedido de la argentina la exaspera. Pero la argentina va y la intercepta. Le repite mi situación, casi le exige que vea qué se puede hacer. Yo, a un costado de las dos, palpo el fastidio casi físico de la alemana 2. Siento que la situación le parece inadmisible. La argentina me hace darle el mail y le arranca la promesa de que al otro día se ocupará del asunto. Yo sudo, todavía asorada por la lucha de maneras de hacer. Esto fue a principios de semana. Debo decir que la lucha continúa. La argentina persiguiendo a la alemana 2 y forzándola a dar respuestas. Una de dos: la argentina logra el acomodo, por cansancio. Dos de dos: la alemana logra esquivar el bulto, a fuerza de dilatar los tiempos. Continuará.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

En la Biblioteca del Iberoamerikanisches Institut hay un libro. Un libro que un oficial retirado del ejército alemán escribe en 1892. Un libro que critica la disciplina del ejército argentino. Un libro que recoge, en sus páginas finales, una opinión por ahí escuchada. Una opinión sobre los argentinos. Dice: "argentines are like the River Plate, they have too much surface and not enough depth".*


*("los argentinos son como el Río de la Plata, tienen demasiada superficie y no suficiente profundidad")

viernes, 29 de agosto de 2008

Ayer me tocó comprobar una amarga verdad. Los alemanes son mejores que nosotros. Aun en un rubro en el que creí que sacábamos el primer puesto. Me refiero a la burocracia. Me tocó ir al Ausländerbehörde. Léase: la oficina de estos malditos extranjeros. Tenía que renovar mi visa. No era tarea sencilla. Requiere mucha dedicación. Primero, hay que llevar los papeles pertinentes. Estos involucran tantos certificados, que es mejor llevar hasta el del Congreso del CAAS por las dudas. Después, hay que ser una persona madrugadora. Conviene llegar -mínimo- una hora antes de la apertura. Y luego, lo más importante: hay que ir el día anterior a la iglesia y armarse de divina paciencia. Yo llegué a las 9.40h, luego de sortear una lluvia persistente ni bien bajé del U-Bahn. La cola ya era contundente. Balanceé mi cuerpo de una a otra pierna. Tirité bajo el poullover mojado. Dediqué una mirada fulminante a la mina que intentaba colarse. A las 10h abrieron una puerta. La muchedumbre avanzó, lentamente. Más balanceo, más tiritar. Adelante mío había dos chinos y un morocho con aire marroquí. Por atrás escuchaba hablar en mexicano. A las 10.30h alcancé el sublime status de persona que hace fila, pero bajo techo. Había entrado al edificio. La cola serpenteaba todavía. Las ventanillas parecían, de tan lejos, en otro mundo. Empecé a acalorarme. Tomé agua. Tragué sal. Comí una banana. Las piernas me pesaban como si hubiera participado en las carreras de Beijing. Para distraerme, saqué mi libro de Tabucchi. Mala elección. Hermoso pero triste. Hacía cola y lagrimeaba. Pasadas las 11h logré la ventanilla. Me alegré: estaría a tiempo en casa para el almuerzo. La empleada miró mi pasaporte y me dio un papelito. Warteraum: 3. Nummer: 139. Fucking sheet. Me moví a la Sala de Espera 3. Me senté. Miré la pantallita: al cabo de media hora recién iban por el 124. Creí que iba a desesperar. Volví a sacar mi libro de Tabucchi. Al lado mío, una bebé que podía ser turca o árabe o qué sé yo, berreaba por alimento. Esperamos todos infinidades. Empecé a tener hambre y a quedarme sin sal. Iban por el 136. Calcule que tenía tiempo, antes de que me llamaran, de tomarme un avión a Palma y almorzar en Click. Salí, compré un brötchen mit salami. Volví. Todo como entonces. Finalmente me llamaron. Ya había perdido conciencia de la hora. Entro a la sala que me toca en suerte. Frau Schwerinn toma mis papeles. Le doy todo lo que tengo y más también. Y entonces, cuando creo que todo termina, llega el tiro de gracia: otro papelito. Warteraum: 3. Nummer: 624. Fucking fucking sheet. Salgo de la oficina. Me siento en la misma silla que me alojó durante las últimas horas. Y hago lo que todos. Lo único que se puede hacer en ese maldito lugar: espero. Espero. Espero. Espero. Ya no saco mi libro de Tabucchi. El tablero marca el 611. Ya ni siquiera me indigno. No hago más que pensar en Kafka. No sé cuánto tiempo pasa. Pero por la ventana veo primero nubes, luego lluvia, luego nubes, luego un amago de sol, luego más lluvia. Finalmente el tablero llama mi número. Me levanto de la silla, temiendo haber perdido mi facultad motora. Me dan la visa, por supuesto. Pero eso es lo de menos. Llego a mi casa a las 16h. Ya no sirvo para nada.

o tempora, o mores IV


En el mágico mundo de Berlín vive Herr Ampelmann. Es un señor que viene del este y porta sombrero. Camina apurado de verde. Se queda quieto en rojo. Si uno observa bien (y si no observa bien, también) puede verlo muy lejos de su tierra, tanto en el tiempo como en el espacio. Una vez quisieron matarlo, pobre Herr Ampelmann, pero vino la gente y lo salvó. Ahora esa gente se llama Ostalgie (no se dejen confundir: el Ost es siempre el este).

miércoles, 27 de agosto de 2008


haber viajado tanto para enterarme que el Sub Marino es una especialidad argentina...

domingo, 3 de agosto de 2008

Hoy no es 25 de Mayo, pero merecería serlo. Domingo, sol, Berlín. Decidí ir hasta Mauerpark, un mercado con todo: ropa vieja, muebles viejos, porquerías, antigüedades, ropa fashion, plantas, boludeces. Decidí, como era domingo, que los chanchos berlineses debían estar disfrutando de un merecido descanso. Así que viajé sin pagar. Largo viaje, con combinación y todo. Llegué. Entré al mercado. Era inmenso. Y hermoso. Eso si la abundancia de porquerías puede ser catalogada de hermosura. Inicié mi colección de vasitos chiquitos con dos vasitos comprados. Módicos precios. Luego llegué a un puesto enorme. Tenía otros tres vasitos en la mano. Busqué con la vista al que pudiera ser el encargado. Estaba lejos, atendiendo las preguntas de otro cliente. Seguí curioseando, mientras esperaba que se desocupara. De tanto curiosear me fui alejando. Me alejaba. Nadie parecía perseguirme. Seguí con los vasitos en la mano, muy natural. Me alejé, me alejé. Ops, me fui.

miércoles, 30 de julio de 2008

Ayer tuve que poner a prueba mi inteligencia frente al lavamanos. Estaba limpiando el baño y se me ocurrió ponerle el tapón para acumular un poco de agua jabonosa (acá el agua se cuida como petroleo). El problema es que acá en el primer mundo las cosas no son tan fáciles. Los tapones no son cilindros de plástico con cadenas de metal, tan útiles para sacarlos, una vez que cumplieron su objetivo de taponamiento. Acá la tecnología es mayor. El tapón era en realidad una saliencia de metal que se aplastaba para que quedara al ras de la pileta. Que fácilmente se aplastaba. Es más: que invitaba -por su simplicidad- a ser aplastada. Todo muy lindo hasta que intenté levantar el adminículo. No pude. No encontraba cómo. Cadenita de metal no había. Mire y miré el tapón del futuro intentando pensar por dónde tirar de él. Nada. Plano. Un misterio de la naturaleza. Lo aplasté más, nada. Intenté hacer palanca con las uñas en sus bordes, nada. Casi que intento el ábrete sésamo, pero intuí que un tapón alemán no iba a reaccionar ante esas palabras. Desistí, sintiéndome una pobre subdesarrollada. Agarré una esponja y saqué el agua jabonosa y sucia a puro método de absorción. Llevó su tiempo. Mientras, pensaba. Pensaba en que, a partir de entonces, debería lavarme los dientes y la cara en la bañadera. Pensaba los euros que me saldría pagarle a un fontanero alemán para que destrabara el tapón. Terminé de limpiar el baño, hundida en la humillación intelectual. Luego, con el baño limpio y la mente clara, volví al lugar de los hechos. Me dije que no podía ser un acertijo tan complicado. Que los alemanes son gente práctica. Que algún modo sencillo debía de haber para destapar el entuerto. Miré el lavavo detenidamente. Nada en su superficie que, al ser tocado, obrara la maravilla. Miré entonces por abajo. Un mar de cañitos. Calculé más o menos el sitio del desagüe. Había, además del obvio caño de agua, una especie de palito de metal. Empujé. Se abrió el tapón. Albricias. Volví a sentirme inteligente.

lunes, 28 de julio de 2008



o tempora, o mores III

domingo, 27 de julio de 2008


o tempora, o mores II


o tempora, o mores I

viernes, 25 de julio de 2008

Los jueves, cuatro horas antes del cierre, los museos de Berlín abren sus puertas al público pobre, rata o simplemente ahorrativo. Allí me fui yo, al Museumsinsel. Hice largos minutos de cola ante el Pergamonmuseum, deseosa de volver desembocar, del mercado de Mileto, a la puerta de Ishtar. No hubo suerte. A causa (por culpa) de una exposición sobre Babilonia, nada de entrada libre al Pergamonmuseum. Malditos comerciantes. Enfilé entonces para el Ägyptisches Museum. Creo que el trato de los guardias de las salas me sorprendió más que la muestra. El que nos atajaba a la entrada de la primera sala nos ordenaba (una sola palabra ladrada en alemán e inglés) que nos pusiéramos los sacos que todos colgábamos de un brazo o del bolso. Adentro de la sala la termpertatuta era de antesala al infierno. Además del evidente deseo de que nos auto-derritiéramos, no alcancé a comprender el motivo de la reglamentación. Guardé el saco en el bolso y seguí camino. El camino no iba a ser fácil. El siguiente obstáculo era un guardia gordo que me ordenó, otra vez perentoriamente y en monosílabos, que no llevara el bolso cruzado a mi costado, sino adelante mío. Seguí sin comprender, aunque ya fastidiada. Tanto, que los cacharros de la antigüedad clásica dejaron de interesarme y salí de allí rápidamente en busca de la sala egipcia. Me metí, sin darme cuenta, en la sala equivocada. Mi error fue imperdonable: encima entré por la salida. La guardia me escupió pobremente, en todos los idiomas que manejaba: ausgang, finish, finito. Finalmente dí con el acceso adecuado. Papiros, estatuillas, gatos, hombres con cabezas animales, esas cosas egipcias que todos conocemos. A Nefertiti la había visto, hace un par de años, en otro museo. Sigue tan hermosa como siempre. Se ve que los años no pasan para ella.

martes, 22 de julio de 2008


No me digan que los berlineses no son extraños. Al menos, tienen una compleja relación con la higiene. Hay gente que no abre puertas públicas sino con codos o pies, para no tocar con su piel los residuos bacteriológicos de otra gente. Lo he visto: una señora abriendo la puerta de Karstadt con un leve puntapié. Hay gente que hace equilibrio en la escalera mecánica, por idénticas razones. Y hay otra que anda descalza por la calle, por razones que desconozco, alimentando las razones de las señoras de Karstadt y los equilibristas. Y finalmente hay gente que milita fervientemente contra el uso de desodorantes. Y hay perros en el subte y en los trenes. O perros en los bares y los restaurants. Pero también hay -por suerte- toallitas desinfectantes para higienizar, antes del uso, los inodoros públicos. Creo que en esta ciudad se debe estar librando alguna guerra entre asépticos y "naturales", y yo todavía no me entero.

domingo, 20 de julio de 2008

sábado, 19 de julio de 2008


El mundo ha vivido equivocado. La precisión no es suiza. Es alemana. Amanece; sale el sol (permítanme la inexactitud). Y todos los días, religiosamente, llegan las 9.30h y viene una enorme nube y nubla Berlín. La nubla y la pasa por agua. Todo el día, todos los días. Siempre la misma nube, siempre la misma hora. Estoy segura de que en poco tiempo el berlines evolucionará en anfibio. Se lo merece.


jueves, 17 de julio de 2008

Un beso no se le niega a nadie. Al menos en mi país. Al menos en la mejilla. Si es un recién conocido, será un beso insonoro, probablemente tirado al aire. Será más bien un contacto de mejillas. Pero no dejará de ser un beso. Acá, las cosas son distintas. Lo digo por experiencia. Llevo un control minucioso de las situaciones de encuentro. Chico, chica, joven, entrado en años, amigo de amigos o hermano de conocidos. Todos, la primera vez (y tal vez las veces sucesivas) te extienden la mano. Hallo, apretón de manos. Después del uno invariablemente sigue el otro. Uno se siente, en vez de en una reunión social, en una junta directiva. Después viene el tiempo de la maniobra. De hablar, mirarse, conocerse. Luego, con suerte, viene otra cosa. Si te llevaste bien, si hablaste, te reiste, entonces puede que el apretón de manos del principio mude, al final del encuentro, en beso. O puede que no. Entonces tchuss, apretón de manos. En mi escaso tiempo en Berlín, la novia de J. me despide con dos besos, una de sus amigas con uno, otras con apretón de manos. Ayer soñé que conocía a la amiga de una amiga, ambas argentinas. Una, sin embargo, residente berlinesa. Yo me acercaba y amagaba un beso. "No nos conocemos tanto como para darnos un beso", me decía. Dificiles las reglas de la proxemia en esta ciudad.

miércoles, 16 de julio de 2008

piove. piove senza fine qui á berlino. mi domando quando cazzo finirá sta pioggia.

domingo, 13 de julio de 2008


Miraba las fotos de casamiento de unos chicos alemanes. Las fotos de lo que para uno sería el civil estaban cruzadas por pompas de jabón. Pregunté por el arroz. Me dijeron que tirarlo estaba prohibido. Debo haber puesto cara de algo, porque en seguida aclararon: es alimento. Entonces recordé las miles de propagandas con que te bombardean en las Bahns. Sobre el hambre en África. El hambre siempre está en África (eso lo aprendí en Berlín) y siempre tiene cara de mujer o chico negro. Y hoy, después de ver esas fotos y de escuchar esa explicación, vi esta propaganda. Pensé, no sé si con mucho criterio, en la gran cantidad de culpa. Y en lo triste que puede ser, salvando los contextos, el apego a la literalidad.

jueves, 10 de julio de 2008

Todos estos días pasaba y las miraba desde la S-Bahn. Me prometía que un día de estos bajaba y las miraba de cerca. Alexander Platz y der Fernsehturm. Hoy fui al cine a Hackeschen Höfe, que está cerca. Salimos a la medianoche, decidimos caminar hasta Alexander Platz para tomar la U-Bahn. El trayecto es largo y lindo. Vi la torre de televisión. Esta vez, desde abajo. Llegamos a la estación, luego de sortear pozos y desvíos (la zona está en construcción). Sólo para descrubrir que ya era tarde y el último tren había pasado. Bus, dijeron. Desandamos todo el camino hecho para llegar a la parada de buses. Me alegré de volver a ver la torre desde abajo. Llegamos a la parada. Aunque esto sólo es un decir, porque la parada no estaba. Dimos vueltas buscándola. No sé cuántas veces más vi la torre desde abajo. Volvimos a la estación, por un poco de orientación. Nos orientaron a seguir el mismo camino que ya habíamos seguido tres veces. En un momento me sentí atrapada. El reloj del mundo marcó las 20.30h en Buenos Aires cuando crucé por quinta vez Alexander Platz. La parada brillaba por su ausencia. La moraleja será remanida pero la creo cierta: lo que se desea a la ligera se cumple en intensidades insospechadas. Eso o der Fernsehturm es una torre resentida y castiga con vueltas en redondo a los incautos que no van a visitarla ni bien pisan Berlin. Quedan advertidos.

domingo, 6 de julio de 2008

Me contaron que esto pasa en los baños públicos de Bavaria. Hay, como en todo baño que se precie, inodoros y lavamanos. Pero también hay algo más. Otro adminículo para el uso público. Es de metal, para el mejor saneamiento. Tira chorros de agua más potentes, para el mejor llevado de lo que en él se deja. Y tiene, a sus costados, dos barras horizontales, para la mejor estabilidad humana. Sirve para vomitar. Esto sí que es un país en serio.

viernes, 4 de julio de 2008

Tengo una extraña teoría: los germanos descienden de alguna exótica tribu de hábitos percusionistas. Hábitos que guardan, hasta hoy, entre sus más caras costumbres. La cosa es así: yo daba una charla en el contexto de un seminario en una universidad de reconocido prestigio. La audiencia, jóvenes alemanes, me escuchaba. Yo hablaba, ellos escuchaban. Ellos preguntaban, yo respondía. Hasta ahí todo normal. Me arriesgaría a decir que hasta parecían interesados. Nada parecía prever lo que vendría. Hasta que vino. El tiempo de la clase se termina. La profesora me agradece la asistencia. Yo le agradezco la invitación. Y entonces pasa. Ante mi mirada atónita. De golpe, sin previo aviso, al unísono, todos golpean con sus nudillos los escritorios. Golpean sucesivamente. Yo quedo asorada. Pienso, en escasos y concatenados eternos segundos, qué mierda están haciendo. Y más: qué mierda se supone que tengo que hacer. ¿Calambres generales en la zona de las falanges? ¿Algún ritual preparatorio guerrero del que debería precaverme? No. Sólo la forma académica de aplaudir. Y uno que pensaba, como antropólogo, que ya lo había visto todo...

jueves, 3 de julio de 2008

Hoy Berlín es Buenos Aires. Pero Buenos Aires en enero y hora pico en el subte D. Hace un calor de los mil demonios. Debo ser, en este momento, la persona más hidratada del planeta. Y la que más maní come por minuto. Agua, sal, agua, sal, agua, agua, agua. Los compatriotas entenderán la metáfora si les digo que me siento como un bebé de Yoli-Bell. Por la calle, ver a las turcas con sus pañuelos y su superposición de ropa me deja al borde del desmayo. Por sofocación. El aire acondicionado parece ser una exótica costumbre del Tercer Mundo. Y mis piernas pesan tanto, pero tanto, que de ser dibujito y tirarme al río, seguro no necesitaría lastre.

lunes, 30 de junio de 2008



Quién diría que en esta ciudad, a tantos kilómetros de distancia, uno pudiera sentirse tan argentino. Pero así pasa. Por ejemplo, cuando se ven metros de bicicletas meramente apoyadas en un árbol o en una vereda. Cuidadosamente atadas, eso sí, entre la rueda y el caño. Firmemente convencidas, todas ellas tan juntitas, en hileras, de que una bicicleta sólo puede afanarse en marcha. O cuando se camina por la vereda y, de los canastos exhibidores de toda tienda de menudeo, nos salen al paso las mil y una boludeces tentadoramente expuestas. Cremas niveas para piel seca. Paletas de matar moscas con formas de sapos. Expuestas por exhibidas y por vulnerables. Allí solas, ellas y sus almas, ni siquiera concibiendo la peregrina idea de que la mano que las tome no se dirija a la caja de pagos. Pero si hay una instancia donde el ser nacional se revela, esa es el transporte público. Jodido, ahí, no ser argentino. Porque no hay molinetes ni patovas que interrumpan el paso. Uno llega hasta el andén y el resto es convencimiento. Puede creer en las instituciones y en el sentir público. Y entonces comprar el tiquet, validarlo y esperar a tener la remota suerte de que el chancho alemán te lo pida. O puede sentir en sus entrañas el llamado telúrico y dejarse fascinar por la facilidad de la avivada. Uno no sabe si envidiarles a estos alemanes la honradez o compadecerles la falta de malicia.

domingo, 29 de junio de 2008


De cómo ver una final de Alemania en el ambiente cool de Berlin. Primero, se instala uno en el cruce de Kreuzberg y Neukölln, barrios llenos de barcitos y estudiantes. Y turcos, claro está. Luego se sienta uno en un puesto susodicho -esto es, turco- al aire libre, engalanado para la ocasión con banderitas, luces y dos televisores (al menos uno de plasma). Uno come. Las opciones no son variadas: ensaladas, pollo, papas fritas y una especie de hamburguesa hecha con una carne sospechosamente blanca. Y uno bebe. Acá las opciones son más amplias, pero parece que la gente cool sólo bebe Beck y Bionade. Luego uno se sienta en su sillita de madera, formando hileras frente a los televisores. Uno sigue las jugadas, pero también conversa con el amigo y, ya lo dijimos, come y bebe. Y se levanta infinitas veces a seguir buscando de comer y de beber. Uno en realidad son ellos, que siguen las jugadas en algo que al observador primerizo podría parecerle impasibilidad. Ellos, entonces, gritan "ja, ja, ja" cuando el ataque alemán promete algo, y aplauden cuando esa promesa queda en nada. Se ríen cada vez que Angela aparece en la tribuna haciendo extraños gestos con las manos y se ríen también cuando un suplente español se levanta en demasía sus shorcitos y deja ver sus calzones blancos. Ellos, mientras los minutos pasan y España gana, se recuestan en sus sillas, siguen comiendo, siguen bebiendo, y parecen experimentar algo parecido al "pucha, che, qué lástima". Y uno, que no es alemán ni español, termina el segundo tiempo acuclillado en la silla, mordiéndose las uñas, puteando en criollo ante los remates en el travesaño y pidiendo la hora, referí. Luego termina el partido y España gana. Ellos aplauden. Los turcos que atienden el puestito canturrean "Turquía, Turquía". Ellos ríen. Uno se queda con las ganas de saber cómo, esta gente cool de Kreuzkölln, hubiera festejado un gol.