miércoles, 10 de septiembre de 2008

Ayer cené con E. Viene de Bavaria, pero hace como 20 años que vive en Berlín. Le pregunté por la vida durante el muro. Ella estuvo siempre en la parte oeste. Cuenta que había unas líneas de U-Bahn que salían del oeste y terminaban en el oeste, pero pasaban por la DDR. Pasaban por dos o tres estaciones. Estaciones donde nadie podía subir ni bajar. Estaciones con soldados, rifles y una enceguecedora luz de neón. Estaciones que todos cruzaban cotidianamente, mientras leían sus periódicos.
Cuenta que al muro todavía lo tiene en la cabeza. Que todavía le pasa de ir por la ciudad, en bicicleta, y seguir viendo la ciudad como era entonces. De recorrer algunas calles y ver, todavía, el recorrido del muro. De verlo porque para ella (para muchos) todavía está ahí. Son más años con muro que sin él.
Cuenta también dos historias de la noche de su caída. Son historias que no hablan del muro, sino de los alemanes. La primera, la de una amiga de ella que vivía junto al muro, del lado este, y que ve, esa noche de septiembre, oleadas de personas acercarse. Cuenta que la amiga dice que pensó en llamarla. Pero que no lo hizo porque eran las 11 de la noche y no quería molestarla. Cuenta también otra historia, la de un hombre que, también esa noche, ve por televisión la noticia de la caída. Vive en el este, pero no sale a cruzar la frontera. Razona que es de noche, que debe esperar a la mañana siguiente para que abran las oficinas de paso pertinentes.
Un poeta ya lo dijo mejor: "die deutsche Revolution stoppt vom Ampelmann" (la revolución alemana se detiene ante el semáforo). Estoy cada vez más convencida de que es así.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Simpático que semáforo se diga Ampelmann. Buen "entry", amiga.

marthita dijo...

simpático, sí. los alemanes exudan simpatia...(la traducción literal sería todavía más simpática: frente al hombre del semáforo).