domingo, 26 de octubre de 2008


Volví a Mauerpark. Compré, entre otras cosas, un globo terráqueo. Fue al principio del paseo. Eso quiere decir que anduve, con él acunado en brazos, el resto de la tarde. Causó sensación. Todo ser humano que pasaba me miraba. Corrijo: miraba el globo. Y sonreía. Otros dejaban escuchar, a su paso, sus comentarios apreciativos. Dos franceses quisieron comprármelo al doble de lo que había pagado, al enterarse de que era el único del mercado. Y de que era mío. Un señor en bicicleta, ya caminando por la calle, se paró a expresarme sus elogios. No sabía que los globos terráqueos causaran tanto revuelo. Extraña sensación la de tener el mundo a mis pies.



Más tazas y cafeces berlineses

martes, 21 de octubre de 2008

Me acuerdo el día. Preparaba el almuerzo. De fondo sonaba el noticiero de Telefé. Pasaban unas imágenes de un recital de Mercedes Sosa. Cantaba una zamba que nunca antes había escuchado. No sé para que volviste/si te empezaba a olvidar/no sé si ya lo sabrás/lloré cuando vos te fuiste/no sé para qué volviste/qué mal me hace recordar/La tarde se ha puesto triste/y yo prefiero callar/para qué vamos a hablar/de cosas que ya no existen/no sé para qué volviste/ya ves es mejor no hablar. No digo nada desconocido si digo que hay canciones que te explican. Esa canción, en esa voz, me explicaba muchas cosas. La busqué en el e-mule. No la encontré cantada por ella. La versión que tengo en mi mp3 la cantan Los Visconti. Me acompañó por muchas calles y muchos viajes en el 55. Estuvo ahí mientras miraba el Cristo, tirada en la arena de Niterói. Estuvo también acá, mientras esperaba, sentada en un banco, el S-Bahn en Yorkstrasse. Siempre, a cada momento, me explicó algo. El lunes estuve sentada en la Philarmonie. Entró ella. Digo: Mercedes Sosa. La tercera canción fue esa (el tres siempre me pareció un número mágico). Qué pena me da/saber que al final/de este amor ya no queda nada/sólo una pobre canción/da vueltas por mi guitarra/y hace rato que te extraña/mi zamba para olvidar. De las muchas veces que escuché, en vivo, a Mercedes Sosa, nunca pude escucharle esta canción. Voy a decir algo que diría Borges: si para poder escuchar esta zamba, en esta voz, tuve que venir acá, Berlín se justifica.

viernes, 10 de octubre de 2008

Hace tiempo que quiero leer un libro de Kohan. Se llama La pérdida de Laura. En las librerías de Buenos Aires no lo encontraba. No me acuerdo si lo busqué en las bibliotecas. Lo que sí recuerdo es la sensación de no encontrarlo. Se transformó en uno de esos libros fetiche donde de seguro se compendia la sabiduría del universo. O al menos la respuesta que buscamos. Hoy lo encontré en el Instituto Iberoamericano. Las tapas son azules. Lo abrí. En la tercera página decía: Para M. Ahí, en la tercera página de ese libro que buscaba, de ese libro que hoy encontré, estaba mi nombre. ¿Será que él también me estaba buscando?

miércoles, 8 de octubre de 2008

Anoche miraba tele. Dr. House. En el corte, anuncian un nuevo programa de entretenimientos. En casa lo conduce Marley y, creo, se llama El Muro. Acá no. Acá se va a llamar La Pared. Es obvio que de la otra forma jamás podría llamarse.

El año que viene se cumplen 20 años de la caída del muro. Los alemenes, con la prolijidad rigurosa que los caracteriza, empiezan ya con los preparativos. Entre ellos, la restauración de East Side Gallery: las pinturas de distintos artistas sobre el trecho más largo de muro que se conseva. Las pinturas originales casi ni se ven. Hay partes que están descascaradas. Las pintadas, las firmas, los intentos de llevarse un cachito de muro de recuerdo, están por todos lados. La discusión es añeja: qué tiene que ser el arte, qué tiene que ser la historia, de qué se supone que está hecha la memoria. A mí me gusta descubrir graffitis nuevos sobre el muro. Ver qué pintadas fueron tapadas por otras pintadas. Dentro de unos días, mucho de lo que yo vi en el muro ya no va a estar. Un poco me da lástima.

martes, 7 de octubre de 2008

Uno hereda lugares. Y las cosas que vienen con ellos. Son como regalos. Alguien te regala, de la ciudad, su manera de vivirla. Sitios que pasan a ser tuyos. Sitios en que, aun siendo tuyos, siguen estando ellos. De A. heredé el café más lindo de Berlín, con sillones y desayunos con nombres de cuentos. Heredé el calor de la U7, Rudow-Rathaus Spandau. Heredé un restaurant indio y un bar con las mejores hamburguesas. Heredé Neukölln y la fascinación de comprar cositas chiquitas en Rossmann. J. me regaló las calles del este, por la noche, y las estaciones de metro, vistas desde afuera. Kreuzberg lo heredé de P. Heredé de él, también, Görlitzer Bahnhof: sus bares, su calle, su parque, sus andenes. Heredé una ruta que va de Hackesher Markt a Unter den Linden. Heredé un restaurancito ruso y una sopa de zapallo. E. me regaló Schöneberg. Un lugar para comer comida vietnamita; otro lugar para comer comida griega. Me regaló historias del muro y una nueva (y mejor) forma de mirar Berlín. Uno hereda lugares. Después los acomoda. En mi mapa de Berlín, Kottbusser Tor está en el centro de todo, las puertas mugrosas de Karstadt están la lado de la torre de televisión y Cookies está en la esquina del Café Marx. Los mapas no dirían lo mismo. Pero todo mapa es emotivo, y uno ordena el suyo como quiere. ¿Será que cuando uno ordena su mapa, empieza a despedirse?

lunes, 6 de octubre de 2008



Tomar café con leche se ha vuelto un vicio berlinés. Básicamente porque las tazas son enormes, hermosas y coloridas. Es una buena razón para tomar café con leche. Y cada bar tiene su propio estilo. Es una buena razón para conocer bares.

sábado, 4 de octubre de 2008



volví a berlín. eso implica que me fui. me recibió con hojas rojas y un arco iris en bernauerstrasse. me recibió también con otras cosas. todas lindas. tal vez no sea casual que no pare de cantar, desde el regreso, dame/sencillamente/lo que más te guste/y nada más. berlín puede ser muy generosa, si uno no pide lo imposible. esta vez fue (casi casi) como volver a casa.