miércoles, 30 de julio de 2008

Ayer tuve que poner a prueba mi inteligencia frente al lavamanos. Estaba limpiando el baño y se me ocurrió ponerle el tapón para acumular un poco de agua jabonosa (acá el agua se cuida como petroleo). El problema es que acá en el primer mundo las cosas no son tan fáciles. Los tapones no son cilindros de plástico con cadenas de metal, tan útiles para sacarlos, una vez que cumplieron su objetivo de taponamiento. Acá la tecnología es mayor. El tapón era en realidad una saliencia de metal que se aplastaba para que quedara al ras de la pileta. Que fácilmente se aplastaba. Es más: que invitaba -por su simplicidad- a ser aplastada. Todo muy lindo hasta que intenté levantar el adminículo. No pude. No encontraba cómo. Cadenita de metal no había. Mire y miré el tapón del futuro intentando pensar por dónde tirar de él. Nada. Plano. Un misterio de la naturaleza. Lo aplasté más, nada. Intenté hacer palanca con las uñas en sus bordes, nada. Casi que intento el ábrete sésamo, pero intuí que un tapón alemán no iba a reaccionar ante esas palabras. Desistí, sintiéndome una pobre subdesarrollada. Agarré una esponja y saqué el agua jabonosa y sucia a puro método de absorción. Llevó su tiempo. Mientras, pensaba. Pensaba en que, a partir de entonces, debería lavarme los dientes y la cara en la bañadera. Pensaba los euros que me saldría pagarle a un fontanero alemán para que destrabara el tapón. Terminé de limpiar el baño, hundida en la humillación intelectual. Luego, con el baño limpio y la mente clara, volví al lugar de los hechos. Me dije que no podía ser un acertijo tan complicado. Que los alemanes son gente práctica. Que algún modo sencillo debía de haber para destapar el entuerto. Miré el lavavo detenidamente. Nada en su superficie que, al ser tocado, obrara la maravilla. Miré entonces por abajo. Un mar de cañitos. Calculé más o menos el sitio del desagüe. Había, además del obvio caño de agua, una especie de palito de metal. Empujé. Se abrió el tapón. Albricias. Volví a sentirme inteligente.

lunes, 28 de julio de 2008



o tempora, o mores III

domingo, 27 de julio de 2008


o tempora, o mores II


o tempora, o mores I

viernes, 25 de julio de 2008

Los jueves, cuatro horas antes del cierre, los museos de Berlín abren sus puertas al público pobre, rata o simplemente ahorrativo. Allí me fui yo, al Museumsinsel. Hice largos minutos de cola ante el Pergamonmuseum, deseosa de volver desembocar, del mercado de Mileto, a la puerta de Ishtar. No hubo suerte. A causa (por culpa) de una exposición sobre Babilonia, nada de entrada libre al Pergamonmuseum. Malditos comerciantes. Enfilé entonces para el Ägyptisches Museum. Creo que el trato de los guardias de las salas me sorprendió más que la muestra. El que nos atajaba a la entrada de la primera sala nos ordenaba (una sola palabra ladrada en alemán e inglés) que nos pusiéramos los sacos que todos colgábamos de un brazo o del bolso. Adentro de la sala la termpertatuta era de antesala al infierno. Además del evidente deseo de que nos auto-derritiéramos, no alcancé a comprender el motivo de la reglamentación. Guardé el saco en el bolso y seguí camino. El camino no iba a ser fácil. El siguiente obstáculo era un guardia gordo que me ordenó, otra vez perentoriamente y en monosílabos, que no llevara el bolso cruzado a mi costado, sino adelante mío. Seguí sin comprender, aunque ya fastidiada. Tanto, que los cacharros de la antigüedad clásica dejaron de interesarme y salí de allí rápidamente en busca de la sala egipcia. Me metí, sin darme cuenta, en la sala equivocada. Mi error fue imperdonable: encima entré por la salida. La guardia me escupió pobremente, en todos los idiomas que manejaba: ausgang, finish, finito. Finalmente dí con el acceso adecuado. Papiros, estatuillas, gatos, hombres con cabezas animales, esas cosas egipcias que todos conocemos. A Nefertiti la había visto, hace un par de años, en otro museo. Sigue tan hermosa como siempre. Se ve que los años no pasan para ella.

martes, 22 de julio de 2008


No me digan que los berlineses no son extraños. Al menos, tienen una compleja relación con la higiene. Hay gente que no abre puertas públicas sino con codos o pies, para no tocar con su piel los residuos bacteriológicos de otra gente. Lo he visto: una señora abriendo la puerta de Karstadt con un leve puntapié. Hay gente que hace equilibrio en la escalera mecánica, por idénticas razones. Y hay otra que anda descalza por la calle, por razones que desconozco, alimentando las razones de las señoras de Karstadt y los equilibristas. Y finalmente hay gente que milita fervientemente contra el uso de desodorantes. Y hay perros en el subte y en los trenes. O perros en los bares y los restaurants. Pero también hay -por suerte- toallitas desinfectantes para higienizar, antes del uso, los inodoros públicos. Creo que en esta ciudad se debe estar librando alguna guerra entre asépticos y "naturales", y yo todavía no me entero.

domingo, 20 de julio de 2008

sábado, 19 de julio de 2008


El mundo ha vivido equivocado. La precisión no es suiza. Es alemana. Amanece; sale el sol (permítanme la inexactitud). Y todos los días, religiosamente, llegan las 9.30h y viene una enorme nube y nubla Berlín. La nubla y la pasa por agua. Todo el día, todos los días. Siempre la misma nube, siempre la misma hora. Estoy segura de que en poco tiempo el berlines evolucionará en anfibio. Se lo merece.


jueves, 17 de julio de 2008

Un beso no se le niega a nadie. Al menos en mi país. Al menos en la mejilla. Si es un recién conocido, será un beso insonoro, probablemente tirado al aire. Será más bien un contacto de mejillas. Pero no dejará de ser un beso. Acá, las cosas son distintas. Lo digo por experiencia. Llevo un control minucioso de las situaciones de encuentro. Chico, chica, joven, entrado en años, amigo de amigos o hermano de conocidos. Todos, la primera vez (y tal vez las veces sucesivas) te extienden la mano. Hallo, apretón de manos. Después del uno invariablemente sigue el otro. Uno se siente, en vez de en una reunión social, en una junta directiva. Después viene el tiempo de la maniobra. De hablar, mirarse, conocerse. Luego, con suerte, viene otra cosa. Si te llevaste bien, si hablaste, te reiste, entonces puede que el apretón de manos del principio mude, al final del encuentro, en beso. O puede que no. Entonces tchuss, apretón de manos. En mi escaso tiempo en Berlín, la novia de J. me despide con dos besos, una de sus amigas con uno, otras con apretón de manos. Ayer soñé que conocía a la amiga de una amiga, ambas argentinas. Una, sin embargo, residente berlinesa. Yo me acercaba y amagaba un beso. "No nos conocemos tanto como para darnos un beso", me decía. Dificiles las reglas de la proxemia en esta ciudad.

miércoles, 16 de julio de 2008

piove. piove senza fine qui á berlino. mi domando quando cazzo finirá sta pioggia.

domingo, 13 de julio de 2008


Miraba las fotos de casamiento de unos chicos alemanes. Las fotos de lo que para uno sería el civil estaban cruzadas por pompas de jabón. Pregunté por el arroz. Me dijeron que tirarlo estaba prohibido. Debo haber puesto cara de algo, porque en seguida aclararon: es alimento. Entonces recordé las miles de propagandas con que te bombardean en las Bahns. Sobre el hambre en África. El hambre siempre está en África (eso lo aprendí en Berlín) y siempre tiene cara de mujer o chico negro. Y hoy, después de ver esas fotos y de escuchar esa explicación, vi esta propaganda. Pensé, no sé si con mucho criterio, en la gran cantidad de culpa. Y en lo triste que puede ser, salvando los contextos, el apego a la literalidad.

jueves, 10 de julio de 2008

Todos estos días pasaba y las miraba desde la S-Bahn. Me prometía que un día de estos bajaba y las miraba de cerca. Alexander Platz y der Fernsehturm. Hoy fui al cine a Hackeschen Höfe, que está cerca. Salimos a la medianoche, decidimos caminar hasta Alexander Platz para tomar la U-Bahn. El trayecto es largo y lindo. Vi la torre de televisión. Esta vez, desde abajo. Llegamos a la estación, luego de sortear pozos y desvíos (la zona está en construcción). Sólo para descrubrir que ya era tarde y el último tren había pasado. Bus, dijeron. Desandamos todo el camino hecho para llegar a la parada de buses. Me alegré de volver a ver la torre desde abajo. Llegamos a la parada. Aunque esto sólo es un decir, porque la parada no estaba. Dimos vueltas buscándola. No sé cuántas veces más vi la torre desde abajo. Volvimos a la estación, por un poco de orientación. Nos orientaron a seguir el mismo camino que ya habíamos seguido tres veces. En un momento me sentí atrapada. El reloj del mundo marcó las 20.30h en Buenos Aires cuando crucé por quinta vez Alexander Platz. La parada brillaba por su ausencia. La moraleja será remanida pero la creo cierta: lo que se desea a la ligera se cumple en intensidades insospechadas. Eso o der Fernsehturm es una torre resentida y castiga con vueltas en redondo a los incautos que no van a visitarla ni bien pisan Berlin. Quedan advertidos.

domingo, 6 de julio de 2008

Me contaron que esto pasa en los baños públicos de Bavaria. Hay, como en todo baño que se precie, inodoros y lavamanos. Pero también hay algo más. Otro adminículo para el uso público. Es de metal, para el mejor saneamiento. Tira chorros de agua más potentes, para el mejor llevado de lo que en él se deja. Y tiene, a sus costados, dos barras horizontales, para la mejor estabilidad humana. Sirve para vomitar. Esto sí que es un país en serio.

viernes, 4 de julio de 2008

Tengo una extraña teoría: los germanos descienden de alguna exótica tribu de hábitos percusionistas. Hábitos que guardan, hasta hoy, entre sus más caras costumbres. La cosa es así: yo daba una charla en el contexto de un seminario en una universidad de reconocido prestigio. La audiencia, jóvenes alemanes, me escuchaba. Yo hablaba, ellos escuchaban. Ellos preguntaban, yo respondía. Hasta ahí todo normal. Me arriesgaría a decir que hasta parecían interesados. Nada parecía prever lo que vendría. Hasta que vino. El tiempo de la clase se termina. La profesora me agradece la asistencia. Yo le agradezco la invitación. Y entonces pasa. Ante mi mirada atónita. De golpe, sin previo aviso, al unísono, todos golpean con sus nudillos los escritorios. Golpean sucesivamente. Yo quedo asorada. Pienso, en escasos y concatenados eternos segundos, qué mierda están haciendo. Y más: qué mierda se supone que tengo que hacer. ¿Calambres generales en la zona de las falanges? ¿Algún ritual preparatorio guerrero del que debería precaverme? No. Sólo la forma académica de aplaudir. Y uno que pensaba, como antropólogo, que ya lo había visto todo...

jueves, 3 de julio de 2008

Hoy Berlín es Buenos Aires. Pero Buenos Aires en enero y hora pico en el subte D. Hace un calor de los mil demonios. Debo ser, en este momento, la persona más hidratada del planeta. Y la que más maní come por minuto. Agua, sal, agua, sal, agua, agua, agua. Los compatriotas entenderán la metáfora si les digo que me siento como un bebé de Yoli-Bell. Por la calle, ver a las turcas con sus pañuelos y su superposición de ropa me deja al borde del desmayo. Por sofocación. El aire acondicionado parece ser una exótica costumbre del Tercer Mundo. Y mis piernas pesan tanto, pero tanto, que de ser dibujito y tirarme al río, seguro no necesitaría lastre.