viernes, 19 de septiembre de 2008

Anoche volvía a casa pasada la medianoche. Ya dije que mi barrio es desierto de día. Imaginen entonces a esa hora. De la estación a mi casa tomo un atajo. El atajo, por serlo, es doblemente desierto. Intento decir que ese camino, a esa hora, es desierto al cubo. Pero anoche algo pasaba. Hice casi todo el trayecto con un chico con guitarra. Caminabamos los dos separados por escasos pasos. Y entonces, en una esquina, nos cruzó una bicicleta con dos pasajeros. Eso, en Berlín, no es usual. Me refiero a dos personas en una sola bicicleta. Pero también me refiero al encuentro de cuatro personas, a las doce y pico de la noche, en la intersección de Bambergerstrasse y Güntzelstrasse. A veces pasan cosas raras en Berlín.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

En mi compleja relación con las urbes de mundo, hay ciudades que amo porque me encantan. Como Roma. O ciudades que amo porque, aunque no me encanten, fueron parte mía. Como Venecia. Hay ciudades que odio: Palma y Barcelona. Hay ciudades que me resultan feas. Como París o como Rio o como Mar del Plata. Con Berlín es otra cosa. Amo Berlín tanto como la odio. Eso, a esta altura, ya está claro.
La amo cuando se disfraza de restaurante griego, con dueño llamado Aristóteles. Cuando te regala las aceitunas más grandes y verdes y sabrosas (y no me gustan las aceitunas). Cuando te hace sentir a mitad de camino entre la mitología y el vampirismo, probando un tinto de Nemea que se conoce como "la sangre de Hércules". Cuando hace aparecer a Kyriakos, que te explica cómo se dice "yo soy" en griego antiguo y en griego moderno. Cuando te convida con ouzo y tsipouro y uno entiende por qué hace tanto que le gusta el anís. Cuando Berlín te convida con Grecia es fácil amarla.





vidrieras de mi barrio

Los alemanes tienen una palabra: "hasseliebe" (amor-odio). Hacen bien en tenerla, pues -me dijeron- la usan mucho para referirse a Berlín. Que la palabra me preexista me confirma. No sólo en mis percepciones. También en su justicia. Me queda la sensación de una palabra que me estaba esperando.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Imaginen la siguiente escena. Chica sale con chico. Chica le cuenta a la amiga. La amiga, entonces, pregunta: "¿quién pagó?". Los tragos, la birra, el choripán, lo que sea. La pregunta es pertinente; su respuesta dice mucho. Sobre esa respuesta se montan delicadas ingenierías de hipótesis y estrategias. Saber quién pagó no es un dato menor.
Acá eso no existe. Jamás a una Helga se le ocurrirá preguntarle a una Anja si Otto invitó la Bionade. Jamás de los jamases. La pregunta no existe, porque no existe la posibilidad. Que ni una ni otra existan es triste. Hay un universo de confirmaciones y suposiciones que se pierde. Hay un dato decisivo que ni Helga ni Anja jamás manejarán. Tendrán otros, me supongo (espero), pero no ese.
Porque acá el mozo, cuando viene a la mesa y trae la cuenta, lanza la pregunta de rigor: "zusammen oder getrennt?" (junta o por separado). La respuesta, en Berlín, siempre es la misma: getrennt. Entre amigos, colegas, compañeros, conocidos o algo-más-para-ser. Siempre getrennt. La persona preguntada ni se mosquea. Ni hace amago de duda o de consulta. Ni se da cuenta de su malaeducación. Ni remotamente percibe el delicado equilibrio que acaba de romper con su respuesta (Porque no se trata de ir mitad y mitad; se trata de que cada uno pague exactamente lo que consumió).
Y no jodamos. Nadie (me refiero mí, como Ulises) quiere que le paguen la cerveza. La cuenta separada está bien. No es el hecho: es la intención. El gesto de amabilidad y de cariño que significa invitar a alguien. O de hacer el intento de invitar. Mejor dicho: de tener conciencia de la posibilidad de invitar.
Ayer, mientras Otto pagaba su parte, añoré como nunca invitar a la señorita Floripondia al cine, invitar a A&M a La Maroma, ser invitada por el amigo N. con comida japonesa, ser invitada por P. en las antiguas mesas de Malasartes. Añoré lo que eso significa. Lo mucho que eso significa. Mi hermana diría que los berlineses son unos rancios. Yo diría que también. Y añadiría: no me extraña que, tanto en los bares como en la vida, la opción de "zusammen" les resulte -casi- desconocida.

domingo, 14 de septiembre de 2008


Ayer encontré en mi correo el "Berliner Abendblatt am Wochenende" (algo así como "La página berlinesa, el fin de semana"). Un periódico barrial de unas paginitas. Me divertí pasando las hojas y tratando de leer las noticias. Mi dominio del alemán deja más a la interpretación libre que a la lectura literal. En la página 8 me encontré con avisos que son universales: "Von Herz zu Herz" (de corazón a corazón). La paciencia sólo me duró para los avisos de "ella busca a él". El comienzo del aviso de Jutta es para tirar balcones:

¿Por qué yo, Jutta, 51/162, cálida, mujer, debo estar tan sola? ... ¿Es que ya no hay más hombres amantes, que también estén sentados en sus casas, sin sus almas gemelas..? Estoy desesperada. Y una vez puse un aviso y nadie lo contestó...


Alguien, por favor, ¿le contesta a Jutta?

jueves, 11 de septiembre de 2008

La señorita está congestionada. Afuera Berlín regala un día de soleado veranito. La señorita tiene mucho que hacer. Puede, por ejemplo, ir a la Biblioteca. Puede terminar de corregir un artículo que tiene que mandar. Puede pasar ciertas notas de campo. Puede leer un par de papers que tiene -visibles- en el escritorio. Puede empezar, continuar y terminar un par de libros. Pero no. ¿Qué hace la señorita? La señorita agarra y se va a Ku´damm. A la calle de las tiendas. Entra en la primera y ya es el acabóse. Ve un tapadito divino, amarronado, de corte divino, que le queda pintado. El tapadito, por supuesto, no está en oferta. La señorita lo mira y se resiste. Es bastante plata. Corrige: no es bastante plata para un tapadito, aun con las conversiones pertinentes resulta barato. Pero sigue siendo un número importante. La señorita duda. Aquí entre nos, la señorita no duda: trata de convencerse. Para qué quiere ella un tapadito, si ya tiene uno, se dice. Y después es un peso más en la valija de regreso, se dice también. Pero el tapadito le queda realmente divino. Y entonces, por suerte, la voz de su madre le habla en su cabeza (los expertos le llaman a eso socialización). Le dice: es buen corte, es clásico, te va a quedar para siempre, ya no tenés quince años, este tapado te sirve para toda la vida. Lo mismo, lo mismo que le dijo cuando no se decidía a comprarse el piloto gris hermoso de Ayres. Con las madres es inutil discutir, la señorita ya lo sabe. Así que, obediente, va y se compra el tapadito. Claro, también va y compra un pantaloncito para su sobrino (a eso los expertos le llaman lavar culpas). La señorita está completamente descarriada. Eso sí: el tapadito le queda divino. Doy fe.

miércoles, 10 de septiembre de 2008


Vivo en Wilmersdorf. Es un barrio residencial. Creo que tiene la población más grande de viejitas paseando perros. La gente en la calle no se caracteriza por ser multitudinaria. Más bien todo lo contrario. Cuando la calle donde vivo llega a cuatro personas (yo incluida), lo considero un acontecimiento. Hay casas hermosas. Bicicletas amarradas a las verjas. Mucho verde. Una plaza con juegos en la esquina. Creo que en este barrio deben vivir sólo personas de comerciales. Rubios, bonitos, felices y con perro. Hay también, en Wilmersdorf, una plaza. Tiene una estutua de león, una fuente y muchos bancos. Se llama Bayerischer Platz. A su alrededor, y en sus calles aledañas, hay un montón de carteles colgando del aire. Hay que levantar la vista para verlos. No están más que en este barrio. Me dijeron que porque acá era muy importante la población judía. Son carteles que reproducen los que empezaron a haber, antes de los campos. Muestran la gradualidad de la limitación cotidiana. El primero que ví dice: "los judíos deben, en Bayerischer Platz, utilizar sólo los bancos marcados de amarillo".
Ayer cené con E. Viene de Bavaria, pero hace como 20 años que vive en Berlín. Le pregunté por la vida durante el muro. Ella estuvo siempre en la parte oeste. Cuenta que había unas líneas de U-Bahn que salían del oeste y terminaban en el oeste, pero pasaban por la DDR. Pasaban por dos o tres estaciones. Estaciones donde nadie podía subir ni bajar. Estaciones con soldados, rifles y una enceguecedora luz de neón. Estaciones que todos cruzaban cotidianamente, mientras leían sus periódicos.
Cuenta que al muro todavía lo tiene en la cabeza. Que todavía le pasa de ir por la ciudad, en bicicleta, y seguir viendo la ciudad como era entonces. De recorrer algunas calles y ver, todavía, el recorrido del muro. De verlo porque para ella (para muchos) todavía está ahí. Son más años con muro que sin él.
Cuenta también dos historias de la noche de su caída. Son historias que no hablan del muro, sino de los alemanes. La primera, la de una amiga de ella que vivía junto al muro, del lado este, y que ve, esa noche de septiembre, oleadas de personas acercarse. Cuenta que la amiga dice que pensó en llamarla. Pero que no lo hizo porque eran las 11 de la noche y no quería molestarla. Cuenta también otra historia, la de un hombre que, también esa noche, ve por televisión la noticia de la caída. Vive en el este, pero no sale a cruzar la frontera. Razona que es de noche, que debe esperar a la mañana siguiente para que abran las oficinas de paso pertinentes.
Un poeta ya lo dijo mejor: "die deutsche Revolution stoppt vom Ampelmann" (la revolución alemana se detiene ante el semáforo). Estoy cada vez más convencida de que es así.

domingo, 7 de septiembre de 2008


Domingo. Otra vez. Me levanto, desayuno y salgo. Antes, me pongo mis zapatitos de vaquita de San Antonio en blanco y negro. Mis hebillitas haciendo juego de Bijou Brigitte. Y mi vestido nuevo de H&M, que parece el uniforme de una obrera fabril o el de una enfermera a medio luto (digo, es gris). Me siento una chica pre-muro. Después me voy al mercado de pulgas de Fehrbellinerplatz. Me compro una vieja edición del Struwweltpeter, un famoso libro para chicos del 1800. Famoso por su crueldad. Me como una de esas salchicas largas en panes cortos, con algo que prometía ser ketchup y se revela dulce. Me tomo el U-Bahn. Me bajo en Bernauerstrasse. La calle que solía oscilar, de vereda a vereda, entre el este y el oeste. Miro viejas fotos del barrio. Me maravillo ante un pedazo de muro limpio y gris. Me dejo caer en el rol de turista: consumo. Postales, fotos antiguas, libros. Camino hasta el S-Bahn. Unter den Linden. Entro a una librería-negocio de souvenirs de Berlín. Sigo consumiendo. Consigo el Struwwelthitler, una obvia parodia. Camino hasta Friedrichstrasse. Por suerte Butlers está cerrado. Mi economía no peligra. Me compro un schokocroissant en el camino y me voy a casa a tomar mate. Son casi las seis de la tarde. Otro domingo superado.

sábado, 6 de septiembre de 2008

La cosa es así. El curso de alemán en el que me había anotado ya no tenía vacantes. Ellos tardaron en contestar mis dudas, yo entonces tardé en anotarme. Me dijeron de hablar con una argentina dentro de ese centro, para ver si se podía hacer algo. Voy, hablo. La argentina enseguida se abocó a la tarea de intentar solucionarme el problema. Casi como si fuera una cuestión de índole patriótica. Tal vez lo haya sido. Intercepta a una de las profesoras -alemana- en el pasillo. La alemana 1 es amable y sonríe. Le dice que justo ese día, dentro de unos minutos, se hace la repartija de alumnos en el hall del edificio. Que iba a estar la coordinadora, que hablaramos con ella, a ver si había una vacante. La famosa forma argentina de decir "a ver si algo se podía hacer". Vamos. La argentina, la alemana 1 y yo. Las dos primeras hablan con la coordinadora, la alemana 2. Ésta es enorme, maciza y no se ríe. Escucha lo que le dicen porque debe estar dentro de la cortesía alemana no dar vuelta la cabeza. Dice que espere 10m. La argentina se va y me deja a cargo de la alemana 1. Empiezan a repartirse los alumnos. La alemana 1 me dice que lamentablemente ella está a cargo de un nivel más alto del que yo necesito. Que si no...Me repite que espere a lo que la alemana 2 va a decidir en 10m. Los alumnos (me impresiona la cantidad de asiáticos) empiezan a irse, cual rebaño, detrás del profesor que les toca en suerte. La alemana 1 termina yéndose también, con el suyo. Pasa el tiempo. El hall queda casi vacío. La alemana 2 sigue ahí, atendiendo algunas cuestiones. Sé que sabe que yo la espero. Ni mu. Entiendo que es la manera alemana de decirme "no way". Enfilo hacia la oficina de la argentina, para agradecerle la amabilidad y despedirme. Le digo, con toda la diplomacia de la que soy capaz, que no, que la coordinadora estaba ocupada, que entiendo que no había vacantes. La argentina me dice que ya va a hablar ella con la coordinadora. En eso pasa. Pasa que la alemana 2 viene caminando por el pasillo, seguida por un alumno con problema a resolver. Es obvio que la alemana 2 no quiere ser molestada. Es obvio que el pedido de la argentina la exaspera. Pero la argentina va y la intercepta. Le repite mi situación, casi le exige que vea qué se puede hacer. Yo, a un costado de las dos, palpo el fastidio casi físico de la alemana 2. Siento que la situación le parece inadmisible. La argentina me hace darle el mail y le arranca la promesa de que al otro día se ocupará del asunto. Yo sudo, todavía asorada por la lucha de maneras de hacer. Esto fue a principios de semana. Debo decir que la lucha continúa. La argentina persiguiendo a la alemana 2 y forzándola a dar respuestas. Una de dos: la argentina logra el acomodo, por cansancio. Dos de dos: la alemana logra esquivar el bulto, a fuerza de dilatar los tiempos. Continuará.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

En la Biblioteca del Iberoamerikanisches Institut hay un libro. Un libro que un oficial retirado del ejército alemán escribe en 1892. Un libro que critica la disciplina del ejército argentino. Un libro que recoge, en sus páginas finales, una opinión por ahí escuchada. Una opinión sobre los argentinos. Dice: "argentines are like the River Plate, they have too much surface and not enough depth".*


*("los argentinos son como el Río de la Plata, tienen demasiada superficie y no suficiente profundidad")