domingo, 29 de junio de 2008


De cómo ver una final de Alemania en el ambiente cool de Berlin. Primero, se instala uno en el cruce de Kreuzberg y Neukölln, barrios llenos de barcitos y estudiantes. Y turcos, claro está. Luego se sienta uno en un puesto susodicho -esto es, turco- al aire libre, engalanado para la ocasión con banderitas, luces y dos televisores (al menos uno de plasma). Uno come. Las opciones no son variadas: ensaladas, pollo, papas fritas y una especie de hamburguesa hecha con una carne sospechosamente blanca. Y uno bebe. Acá las opciones son más amplias, pero parece que la gente cool sólo bebe Beck y Bionade. Luego uno se sienta en su sillita de madera, formando hileras frente a los televisores. Uno sigue las jugadas, pero también conversa con el amigo y, ya lo dijimos, come y bebe. Y se levanta infinitas veces a seguir buscando de comer y de beber. Uno en realidad son ellos, que siguen las jugadas en algo que al observador primerizo podría parecerle impasibilidad. Ellos, entonces, gritan "ja, ja, ja" cuando el ataque alemán promete algo, y aplauden cuando esa promesa queda en nada. Se ríen cada vez que Angela aparece en la tribuna haciendo extraños gestos con las manos y se ríen también cuando un suplente español se levanta en demasía sus shorcitos y deja ver sus calzones blancos. Ellos, mientras los minutos pasan y España gana, se recuestan en sus sillas, siguen comiendo, siguen bebiendo, y parecen experimentar algo parecido al "pucha, che, qué lástima". Y uno, que no es alemán ni español, termina el segundo tiempo acuclillado en la silla, mordiéndose las uñas, puteando en criollo ante los remates en el travesaño y pidiendo la hora, referí. Luego termina el partido y España gana. Ellos aplauden. Los turcos que atienden el puestito canturrean "Turquía, Turquía". Ellos ríen. Uno se queda con las ganas de saber cómo, esta gente cool de Kreuzkölln, hubiera festejado un gol.


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