domingo, 26 de octubre de 2008


Volví a Mauerpark. Compré, entre otras cosas, un globo terráqueo. Fue al principio del paseo. Eso quiere decir que anduve, con él acunado en brazos, el resto de la tarde. Causó sensación. Todo ser humano que pasaba me miraba. Corrijo: miraba el globo. Y sonreía. Otros dejaban escuchar, a su paso, sus comentarios apreciativos. Dos franceses quisieron comprármelo al doble de lo que había pagado, al enterarse de que era el único del mercado. Y de que era mío. Un señor en bicicleta, ya caminando por la calle, se paró a expresarme sus elogios. No sabía que los globos terráqueos causaran tanto revuelo. Extraña sensación la de tener el mundo a mis pies.

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