Los jueves
, cuatro horas antes del cierre, los museos de Berlín abren sus puertas al público pobre, rata o simplemente ahorrativo. Allí me fui yo, al Museumsinsel. Hice largos minutos de cola ante el Pergamonmuseum, deseosa de volver desembocar, del mercado de Mileto, a la puerta de Ishtar. No hubo suerte. A causa (por culpa) de una exposición sobre Babilonia, nada de entrada libre al Pergamonmuseum. Malditos comerciantes. Enfilé entonces para el Ägyptisches Museum. Creo que el trato de los guardias de las salas me sorprendió más que la muestra. El que nos atajaba a la entrada de la primera sala nos ordenaba (una sola palabra ladrada en alemán e inglés) que nos pusiéramos los sacos que todos colgábamos de un brazo o del bolso. Adentro de la sala la termpertatuta era de antesala al infierno. Además del evid
ente deseo de que nos auto-derritiéramos, no alcancé a comprender el motivo de la reglamentación. Guardé el saco en el bolso y seguí camino. El camino no iba a ser fácil. El siguiente obstáculo era un guardia gordo que me ordenó, otra vez perentoriamente y en monosílabos, que no llevara el bolso cruzado a mi costado, sino adelante mío. Seguí sin comprender, aunque ya fastidiada. Tanto, que los cacharros de la antigüedad clásica dejaron de interesarme y salí de allí rápidamente en busca de la sala egipcia. Me metí, sin darme
cuenta, en la sala equivocada. Mi error fue imperdonable: encima entré por la salida. La guardia me escupió pobremente, en todos los idiomas que manejaba: ausgang, finish, finito. Finalmente dí con el acceso adecuado. Papiros, estatuillas, gatos, hombres con cabezas animales, esas cosas egipcias que todos conocemos. A Nefertiti la había visto, hace un par de años, en otro museo. Sigue tan hermosa como siempre. Se ve que los años no pasan para ella.
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