jueves, 17 de julio de 2008

Un beso no se le niega a nadie. Al menos en mi país. Al menos en la mejilla. Si es un recién conocido, será un beso insonoro, probablemente tirado al aire. Será más bien un contacto de mejillas. Pero no dejará de ser un beso. Acá, las cosas son distintas. Lo digo por experiencia. Llevo un control minucioso de las situaciones de encuentro. Chico, chica, joven, entrado en años, amigo de amigos o hermano de conocidos. Todos, la primera vez (y tal vez las veces sucesivas) te extienden la mano. Hallo, apretón de manos. Después del uno invariablemente sigue el otro. Uno se siente, en vez de en una reunión social, en una junta directiva. Después viene el tiempo de la maniobra. De hablar, mirarse, conocerse. Luego, con suerte, viene otra cosa. Si te llevaste bien, si hablaste, te reiste, entonces puede que el apretón de manos del principio mude, al final del encuentro, en beso. O puede que no. Entonces tchuss, apretón de manos. En mi escaso tiempo en Berlín, la novia de J. me despide con dos besos, una de sus amigas con uno, otras con apretón de manos. Ayer soñé que conocía a la amiga de una amiga, ambas argentinas. Una, sin embargo, residente berlinesa. Yo me acercaba y amagaba un beso. "No nos conocemos tanto como para darnos un beso", me decía. Dificiles las reglas de la proxemia en esta ciudad.

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