miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ayer hice un enorme descubrimiento. Rectifico: lo hicieron por mí. Caminaba por el barrio que me tocó en suerte (este calificativo es ciertamente irónico). Caminaba con una amiga argentina. Era el otoño en Wilmersdorf. Era de día. Hojas secas y mojadas en la vereda. Un par de autos. Menos gente. Un Kaisers en una esquina. Luego, casas residenciales. Intentaba transmitirle, a mi amiga argentina, la sensación de vivir ahí. La captó enseguida. Le dio un nombre: silencio. Absoluto silencio en la calle. No hay personas que hablen. Ni autos que toquen bocina. Ni pasen con la música en alto. Ni siquiera los supermercados tienen música ambiente. Nada. Completo silencio. Juro que no me había dado cuenta. Digo: no de esa manera tan profunda y tan explicativa. Entonces pensé en Neukölln, el barrio turco donde vivía. Y de golpe vi el silencio que ya no veía. Es pavorosamente asombroso cómo puede uno dejar de notar ciertas cosas.

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